CÓRDOBA — A los 82 años, María del Carmen “Chichina” Ferreyra,
tiene una vida rica en anécdotas y una conversación entretenida.
Bióloga e historiadora sigue con una vida muy activa e involucrada en
investigaciones de la Junta Provincial de Historia. Con
todo, para la mayoría es “la novia del Che”. Pasaron décadas de aquella
relación juvenil que signó su vida, pero no hay manera de que los otros
dejen de recordarla.
“Chichina” se excusa ante LA NACION de hablar del tema: “No lo hice
nunca”. Admite que sólo lo conversó con algunos íntimos y que siempre
fue “complicado”. Se toma con humor la trascendencia, por ejemplo, que
generó el que fuera fiscal en las PASO por Cambiemos . “No sé qué llamó
la atención; será la edad”, comenta.
“O que un amor del Che haya fiscalizado para Mauricio Macri”,
intenta este diario. “Puede ser”, se ríe pícara “Chichina”, quien
comenta que por esa anécdota la llamó para entrevistarla su amiga Mónica
Mihanovich. Hábil, le cambió el eje de la charla al aire y terminaron
recordando anécdotas de juventud, cuando la periodista la visitaba en su
casa de Malagueño.
Los ojos verdes de “Chichina” encandilaron a Ernesto Guevara Lynch en el casamiento de Carmen, hermana de un gran amigo de ella y de él, Pepe González Aguilar. Era octubre de 1950, ella tenía 16 años y también se sintió atraída por él, de 22.
Por 1951, Ernesto viajaba seguido de Buenos Aires a Córdoba,
donde vivía “Chichina” y su familia, una de las más destacadas de la
provincia, no sólo por su fortuna sino por su cultura y sus relaciones.
También los visitaba en la casona de Malagueño. Los Guevara Lynch, en cambio, eran aristócratas venidos a menos.
“Me fascinó su físico obstinado y su carácter antisolemne”, contó
“Chichina” en una de las escasas oportunidades en que rompió su silencio
público sobre la relación. “Su desparpajo en la vestimenta nos daba
risa y, al mismo tiempo, un poco de vergüenza. No se sacaba de encima
una camisa de nailon transparente que ya estaba tirando a gris, del uso.
Se compraba los zapatos en los remates, de modo que sus pies nunca
parecían iguales. Éramos tan sofisticados que Ernesto nos parecía un
oprobio…”.
Ernesto había vivido con su familia en Alta Gracia
en los ’30; en Buenos Aires estudiaba Medicina y, cuando tenía la
oportunidad, viajaba como enfermero en barcos de la Marina Mercante.
Demoró poco en ofrecerle matrimonio a “Chichina” y una luna de miel de
mochileros por América latina. La familia de la joven se escandalizó.
El romance transitaba en años del peronismo, movimiento con el que
Ernesto no comulgaba como tampoco lo hacía su suegro, el radical Horacio
Ferreyra. Los motivos de la oposición eran diversos. Las diferencias
políticas empezaron a colarse en las conversaciones.
De todos modos, el vínculo siguió y “Chichina” hasta colaboró
(seguramente a escondidas de su gente) con el viaje de Ernesto y Tomás
Granado en moto por América. Salieron en diciembre del ’51 y, antes de
empezar a subir, se fueron a la costa a donde estaba su novia. Para
Reyes le regaló un cachorro de ovejero alemán, “Come back”.
En una carta a su padre, Ernesto le contó: “Todo fue una luna de miel
continua, con ese sabor amargo de la próxima despedida que se estiraba
día a día, hasta llegar a ocho. Cada vez me gusta más o la quiero más a
mi cara mitad. La despedida fue larga, ya que duró dos días, y bastante
cerca de lo ideal”. A los meses, “Chichina” le comunicaba -también por
correo- que el romance había terminado.
Pasaron 64 años desde aquella despedida. Ernesto se convirtió en “el
Che” y, desde entonces, “Chichina” sigue siendo su primera novia. Aunque
ella prefiera no hablar de eso.