Verónica Castro miraba con miedo hacia una cama destendida, rodeada por ropa de hombre en el suelo. Tras casi cinco décadas de trayectoria, luego de filmar muchísimas escenas románticas, jamás se había sentido tan nerviosa en un set. Temblaba, al lado de un cineasta que, con la mano extendida, le exigía la ropa que traía puesta.
Estaba en esta situación porque quería hacer algo distinto como actriz, reinventarse; pero eso que había deseado por tanto tiempo ahora la aterrorizaba: “Nooo, te lo suplico. ¿Ya lo pensaste? Yo no me quiero encuerar”, recuerda Verónica que le dijo al director Manolo Caro. “Ten cuidado conmigo, por favor, ¡porque soy una neurótica para este tipo de cosas! Al final, le di mi ropa, él la tiró por ahí y me puse una bata… Para qué te lo cuento, ya verás”.
Cuando revive el momento previo a filmar la más “candente y sufrida escena” de La casa de las flores, bromea sobre ese instante que la hizo pasar el director y guionista de esta serie de Netflix que estrena el 10 de agosto. “No es que me haga la santa. Obviamente me porté muy mal en algún momento de mi vida, pero ya no”, exclama, divertida.