Andrew Ridgeley era la otra mitad
de Wham!, la banda que a principios de los años ochenta lanzó al
estrellato a George Michael, fallecido este domingo.
En 1986, tras cinco
años juntos y 20 millones de discos vendidos, el dúo se separó con un
último concierto en Wembley (Londres) ante 72.000 personas. George
Michael siguió en el centro del escenario, con todos los focos
apuntándole, mientras que Ridgeley veía desvanecer su idilio con la
fama. Sin embargo, las cosas no le han ido nada mal.
Un vistazo a la cuenta de Twitter
del británico muestra en qué consiste su vida hoy en día. Es un
entusiasta aficionado al ciclismo, deporte que practica por toda Europa.
En marzo se dejó ver sobre su bicicleta por la Comunidad Valenciana y
en junio pasó por Mallorca e Ibiza. Dando pedaladas, recauda fondos para
la Fundación Dallaglio, dedicada a los jóvenes en exclusión social.
Desde la misma cuenta, relata sus viajes gastronómicos y demás
distracciones.
Según apuntan varios medios
británicos, no se le conoce actividad profesional a día de hoy. Vive en
un pequeño pueblo en la península de Cornualles, en el sudoeste de
Inglaterra. A principios de los noventa abandonó Londres para instalarse
en una granja junto a su pareja Keren Woodward, integrante de la banda
Bananarama. Como dice en su descripción en Twitter, vive “sentado en
zapatillas de andar por casa”.
Según apunta el Daily Mail,
durante sus cinco años en Wham! logró amasar una fortuna de diez
millones de libras (11,8 millones de euros), suficiente para vivir sin
problemas si se saben gestionar. Intentó seguir su carrera en solitario
cuando George Michael tomó su propio camino, pero no prosperó. En mayo
de 1990 lanzó el disco Son of Albert. Ni siquiera se acercó a
convertirse en un éxito, lo que desechó la posibilidad de un segundo
disco.
Para el Philosophers Daily, que
publicó la historia sobre Ridgeley en 2015, de haber persistido habría
triunfado. Su artículo se titulaba Por qué Andrew es el ganador y
Michael el perdedor, y explicaba que "Andrew podría haber ganado mucho
más dinero si se hubiera empeñado en continuar". "No solemos ver la
resignación como una virtud; nos suena a fracaso. Sin embargo, es
importante reconocer que las mejores cosas de la vida, como una relación
estable o estar a gusto con uno mismo, exige renunciar a ciertas
emociones", prosigue el artículo, publicado en un medio fundado por el
filosofo suizo Alain de Botton.
Antes de llegar a esa conclusión,
Ridgeley también realizó una pequeña incursión en el mundo de la
actuación y en las carreras de coches en Mónaco, tan infructuosas como
su disco en solitario. La fama de mujeriego y consumidor de drogas le
precedía, una imagen de la que se empezó a deshacer tras coincidir con
la integrante de Bananarama.