Si alguna vez hemos ido a una corrida de toros
sabríamos lo elemental que es un animal de cabeza redonda y dura de pelo
corto con dos cuernos, y que una de las cosas más difíciles es que el
torero pueda agarrarlo por estos y doblegarlo. En ese momento el toro
empieza a perder su fuerza, en cualquier descuido el torero le clava la
espada para luego rematarlo con una estocada.
A Héctor Acosta, desde que nació en el arte le colocaron el nombre de
El Torito y me pareció que no había mejor forma para describir su
pasado y su presente con este ejemplo. El torito como el toro
(refiriéndome al animal) tiene la cabeza dura, y en el desarrollo de su
vida ha demostrado más de una vez su fortaleza al imponerse en este duro
y difícil camino del arte, de aquí y de fuera. No es una sola vez que
ha sido atacado, vilipendiado, pero sin lograr los frutos deseados. Han
tratado de dominarlo, sus cuernos, que no son más que la fortaleza de su
voz, no hay hora ni día en que pierdan la brillantez que desde el
primer momento demostró.
Doblegar un pequeño gigante como El Torito se hace cuesta arriba, lo
he visto llorar, porque también los artistas lloran. Lo he visto reír,
compartiendo con su gente, con su pueblo.
Conozco de su solidaridad con sus trabajadores, que traspasando sus
propias barreras lo hace con otros. Políticos de su entorno y de otros
entornos se manifiestan con respeto hacia él. Pica con todo el mundo,
porque es un profesional, sin renegar sus simpatías.
Estamos ante la presencia que necesita un tercer aire, importante
para poder conocerse en todas las latitudes. El habla hispana lo conoce
como tal. Necesita urgente una penetración en otras aguas e idiomas
donde su música debe ser escuchada.
He sabido que su contrato termina pronto y que ya algunas abejas de otros panales intentan saborear el néctar de su talento.
Aquella que responda promocional y económicamente a la altura de este pequeño gigante seguro se quedará con esta ansiada mina.
Recordemos que las abejas hacen panales, pero no matan toros.