La situación política de Venezuela viene ocupando la sección de internacional en la prensa de medio mundo en las últimas semanas. El peligro de una inminente intervención internacional en el país caribeño atenaza la opinión pública mundial.
Leemos titulares en los que se anuncia «El conflicto de Venezuela», otros rotativos vaticinan problemas inminentes al recoger «El ultimátum de Inglaterra y Alemania» o la «Actitud de los Estados Unidos en la cuestión de Venezuela». Del mismo modo constan las medidas adoptadas por las grandes potencias en la cuestión venezolana en los siguientes enunciados: «El bloqueo de Venezuela» o «La Revolución en Venezuela».
Probablemente les sorprenda saber que acabamos de hacer un ejercicio de Historia, puesto que todos los encabezamientos de prensa que hemos nombrado no pertenecen a la crisis actual venezolana sino que se refieren a hechos ocurridos hace más de un siglo. ¿Qué aconteció en Venezuela en el pasado para que se establezca un paralelismo con la crisis actual?
Tantas similitudes hay, que el caso del país caribeño se presta para estudiar si es cierta la máxima marxista según la cual la Historia se repite dos veces, una como tragedia y la segunda como farsa. Al comenzar el siglo XX, Venezuela también se encontraba en un proceso revolucionario, la denominada «Revolución Libertadora» (1901-1903) por la cual distintos caudillos regionales pretendieron derrocar al Presidente Cipriano Castro (1858-1924).
Sería harto complejo explicar en un espacio limitado las causas, el desarrollo y el final de este proceso. La cuestión es que un país enormemente dividido y políticamente polarizado tuvo que hacer frente a la caída del precio del que era entonces su producto estrella: el café.
A principios del siglo XX Venezuela era el segundo productor mundial de café solo superado por Brasil. Cipriano Castro, obligado por las necesidades de la guerra civil en curso, ordena suspender, temporalmente el servicio de la deuda externa. Las reacción de los países europeos, principales acreedores de la deuda venezolana, no se hace esperar. Los gobiernos de Alemania y Gran Bretaña deciden establecer un bloqueo naval a las costas venezolanas, a partir del 8 de diciembre de 1902, para ejercer presión y obligar al gobierno venezolano a pagar la deuda. Poco tiempo después se unirá el reino de Italia el 12 de diciembre a la que seguirán otros países europeos como Holanda y España.
A pesar de la fiera rivalidad comercial, económica, militar y política entre los imperios británico y alemán, en esta ocasión, cooperaron estrechamente repartiéndose las áreas de bloqueo. El vicealmirante inglés, Archibald Lucas Douglas, publicó sus intenciones en el diario La Guaira: «Por la presente se notifica que un bloqueo ha sido declarado para los puertos de La Guaira, Carenero, Guanta, Cumaná, Carúpano y las bocas del Orinoco, y se hará efectivo desde y después del 20 de diciembre». La flota alemana, la flamante Kaiserliche Marine, bloqueó los puertos venezolanos de Puerto Cabello y Maracaibo, donde casualmente se asentaba una próspera colonia alemana.
El káiser Guillermo II estaba impaciente por probar la flota a la que había dedicado tanto tiempo y recursos. La crisis venezolana serviría para mostrar al mundo, y en especial a sus sempiternos rivales británicos, la eficacia de los navíos alemanes. El cañonero SMS Panther, el mismo que detonaría la crisis de Agadir en Marruecos en 1911, persiguió a una goleta que burló el bloqueo pero encalló, por desconocimiento de la batimetría de aquellas aguas, cerca del castillo de San Carlos de la Barra. Los artilleros venezolanos no desaprovecharon la ocasión y dispararon contra el buque alemán. Curiosamente los disparos procedían de un cañón Krupp de fabricación alemana.
La crisis continuaba y cada vez con redoblada agresividad. Los alemanes se dispusieron a vengar la que para ellos era una afrenta y el 20 de enero de 1903 el crucero SMS Vineta bombardeó inmisericordemente, durante ocho horas, el pueblo inerme de San Carlos ocasionando cerca de 25 muertos. Hay que recordar que todas estas acciones no se vieron amparadas por una declaración de guerra formal.
Cipriano Castro, presidente de Venezuela en 1902.
Y falta mencionar el último convidado al festín: EEUU. En aquel entonces, y tras la fulgurante guerra hispano-estadounidense (1898) por la cual España perdía sus últimas posesiones coloniales, los Estados Unidos mostraban un claro expansionismo que alimentaba a sus industriales, banqueros y políticos.
A la Doctrina Monroe (1823), que determinaba que «América era para los americanos», habría que añadirle la coletilla de «americanos del Norte» puesto que EEUU empezó una política intervencionista en varias de las jóvenes repúblicas del Caribe y Sudamérica. En las intervenciones en países extranjeros,Washington esgrimía también la defensa de la libertad o del buen gobierno, según convenía. Albert J. Beveridge, gran apologista de la expansión estadounidense, alegaba que la premisa que defiende que «todo gobierno justo deriva su autoridad de la voluntad de los gobernantes, se aplica solamente a aquellos que son capaces de auto-gobernarse». Pero ¿quién decide qué país es capaz de autogobernarse o no?
Mientras que las flotas europeas seguían su particular guerra contra Venezuela, el presidente de los Estados Unidos, Theodore Rooosevelt (1858-1919), dejó bien claro que no quería ningún poder europeo en una zona de acción que consideraba, exclusivamente, de predominio estadounidense. Roosevelt inauguró la tremenda política del Big Stick (gran garrote) que seguía sus palabras: «Habla en voz baja pero lleva contigo un gran garrote». Por desgracia, el presidente estadounidense utilizó más veces, en sus relaciones con los países hispanoamericanos, el garrote que la conversación entre susurros. El bloqueo naval fue levantado en virtud de los protocolos firmados en Washington el 13 de febrero de 1903 con las potencias europeas.
Algún país iberoamericano intentó poner algo de cordura en este conflicto. Ésa fue la intención del ministro de Relaciones Exteriores de la República de Argentina, Luis M. Drago (1859-1921) que acuñó con su nombre la siguiente doctrina: «El cobro de una deuda y de reclamaciones privadas no justifican el uso de la fuerza, ni la intervención armada, ni la ocupación territorial para cobrar el préstamo».
Han pasado los años, incluso un siglo, y parece que, salvo el cambio de nombres, hay situaciones que no cambian. Nos despertamos cada día con anuncios de intervención internacional, polarización de la sociedad o crisis económica en el país caribeño. Es difícil evitar la tentación de comparar el ultimátum de la Unión Europea, al fin y al cabo controlada por Alemania, con el que emitió el Imperio Alemán hace más de 100 años.
Se ha comentado mucho que uno de los ingredientes de la actual crisis venezolana es la caída del precio del petróleo, verdadero monocultivo del país caribeño, que lo enriqueció sobremanera pero que lo hace extremadamente dependiente de cualquier variación de su precio. ¿Es comparable, salvando las distancias, con la caída del precio del café hace 100 años, por entonces su gran producto exportador?
Durante la crisis de 1902-1903 el precio del café se contrajo un 20% con consecuencias desastrosas. Cuando comenzó el siglo XX, la población venezolana era mayormente rural y apenas un 16% sabía leer y escribir. La burguesía era incipiente y no existía una clase media. Las enfermedades pululaban por doquier (tuberculosis, paludismo, etc) haciendo estragos en unas personas en la que la esperanza de vida no rebasaba los 40 años. Por desgracia,hay constantes históricas que no cambian como el sufrimiento de la población venezolana por culpa de los vaivenes políticos y militares de sus dirigentes. Durante la Revolución Libertadora (1901-1903), se perdieron cerca de 50.000 vidas en el transcurso de unos 437 confrontaciones o choques bélicos.
En la actual crisis, millones de venezolanos, según estimaciones de las agencias internacionales, han tenido que abandonar su país por motivos políticos, económicos y debido al estado crónico de inseguridad ciudadana. Para que nos hagamos una idea de la magnitud de la tragedia, la población de Venezuela en 1901 no llegaba a los 3.000.000 de habitantes; más o menos, el número de venezolanos que, actualmente, ha tenido que marchar.
Caricatura de Castro del 'N.Y. Herald' en la que es representado como un ganso desplumado por el Reino Unido y Alemania mientras EEUU mira.
La economía ha sido uno de los puntales para explicar la crisis actual. El deterioro de las finanzas venezolanas durante el chavismo ha sido progresivo. La moneda venezolana va acompañada de una hiperinflación difícil de asumir y necesitaríamos una calculadora para ir añadiendo cifras. Igualmente la necesitaríamos para estimar la Deuda Nacional de Venezuela que se ha incrementado hasta máximos históricos. En comparación, en 1900, la deuda exterior venezolana llegaba a 190 millones de bolívares y, pocos años después, ascendía a 208 millones de bolívares. Y en medio de esta espiral vertiginosa de la deuda se presentaron las flotas europeas en los puertos de Venezuela a cobrar sus propias deudas.
Los actuales EEUU han aprobado sanciones contra determinados sectores económicos venezolanos para forzar un cambio de régimen. Las potencias europeas de antaño bloquearon los puertos venezolanos para forzar el cobro de la deuda. El bloqueo se hacía de una manera física taponando los puertos marítimos donde los países exportaban e importaban productos. Hoy en día, con el desarrollo tecnológico, los bloqueos se hacen mediante sanciones comerciales, congelamiento de cuentas bancarias...
En la crisis venezolana de 1902, EEUU no deseaba la intromisión ni presencia de los poderes europeos en el Caribe, área que consideraba de su exclusiva influencia, su «patio trasero» como vulgarmente se le ha llamado. En la actualidad, lo que EEUU no desea es la presencia -mediante alianzas políticas o militares- con el régimen de Venezuela, de Rusia y China.
En el convulso tablero político venezolano, un político (Juan Guaidó), presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, se ha autoproclamado Presidente de la República, con el respaldo de la mayoría de los países occidentales e iberoamericanos. Destaca la ausencia de México en el respaldo americano a Guaidó, como destacado fue el papel de Argentina hace un siglo para mediar en la crisis venezolana y buscar soluciones de futuro alejadas del conflicto.
Es inevitable, dada la predilección de la historia venezolana por gobernantes autoritarios, establecer algunas comparaciones con los regímenes de Cipriano Castro y Nicolás Maduro. El régimen de Cipriano Castro (1899-1908) fue personalista, despótico y represor. Todos sus oponentes políticos fueron encarcelados, expedientados y sus propiedades confiscadas.
Un par de anécdotas nos muestran el perfil que gastaba el presidente. Castro, en una ocasión, pidió dinero a los banqueros de Caracas para sus gastos urgentes. Los banqueros no aceptaron la exigencia presidencial y él los encarceló a todos para que «recapacitaran». Obtuvo su dinero pero, a partir de ese momento, los banqueros empezaron a financiar la oposición.
Igualmente, Castro era un personaje bastante narcisista y amante de los placeres mundanos. Solía despachar con sus colaboradores mientras jugaba al billar, eso sí, cuando él lo dispusiese. La figura de Castro fue aupada cuando se enfrentó a las potencias europeas en la crisis de 1902-03. Hubo un cierto consenso nacional mientras durase la amenaza exterior.
Maduro, a pesar de todas sus limitaciones, ha sabido captar este hecho y lo ha usado para compararse con su antepasado en el cargo. En octubre del año pasado, con motivo de la conmemoración del nacimiento de Castro y aprovechando la imparable presión internacional a su régimen, publicó en su cuenta de Twitter: «Hace 160 años nació en el estado Táchira, el general Cipriano Castro, patriota y líder de la Revolución Liberal Restauradora. Durante su mandato como presidente, sostuvo con determinación la lucha por defender la soberanía ante las arremetidas de las transnacionales». Por cierto, Castro reformó la constitución y alargó el periodo de mandato presidencial, al igual que Chávez y Maduro.
No fue el bloqueo a Venezuela el que acabó con Castro. Al contrario. La «agresión del imperialismo» le reforzó. Los EEUU, en aplicación de la doctrina Monroe exhortó a las potencias europeas a marcharse y el general continuó con su política de siempre. Su final político lo provocó una cuña de su misma madera. Cipriano Castro cayó enfermo y viajó a Europa para ser tratado. Paradójicamente lo curaron en Alemania pero cuando quiso regresar, su segundo en el poder y su compadre, Juan Vicente Gómez, también militar, dió un golpe de Estado y le arrebató el gobierno. Tras deambular por varios países pidiendo acogida, murió en el exilio en Puerto rico en 1924. El régimen de López fue, si cabe, más represivo y brutal que el de su antecesor.
Más arriesgado resulta comparar a Roosevelt con el presidente Trump, aunque ambos tienen en común su carácter histriónico, locuaz y enérgico. Roosevelt declaró en el Congreso (1904): «Si una nación actúa con eficacia, es decente y razonable, se mantiene en orden y cumple sus obligaciones... no debe temer la intervención de los EEUU. Pero si en ella impera un estado crónico de impotencia e injusticia...». Seguro que la frase la va a terminar Donald Trump dentro de poco.