Desde hace décadas los contenidos de la televisión
local vienen convirtiéndose en un desafío para la sociedad dominicana,
que no consume en su totalidad una propuesta adecuada para cada tipo de
televidente, ni con los estándares de calidad que exigen, actualmente,
los mercados.
Cada vez más las producciones para el público local cuentan con menos
novedad y, al contrario, insisten en propuestas que apuestan a lo peor.
A eso se suma la ausencia de críticos que exijan una televisión con
mejor contenido.
Al igual que la música que consume la mayoría, la televisión en
muchas de sus horas refleja la degradación del ser humano a los más
bajos niveles de la dignidad de las personas, específicamente la mujer,
quien tiene la parte más crítica al comercializar su imagen y su vida
cual escaparate de tienda en una avenida.
Ya no importa el lenguaje, gestos, insinuaciones y actitudes
expuestos por algunos de sus protagonistas, que con sed de llamar la
atención y obtener rating no hacen de la sensatez un ejercicio ni
siquiera de varios segundos.
En medio de la maraña también están los fiscalizadores, los que creen
que la censura es la solución a un problema de educación que nos atañe
desde hace décadas, y que tiene en la televisión como la mejor muestra
de lo que somos como sociedad y de lo que somos como seres pensantes.
Así como muchos hoy dia parecen gozar de los hechos bochornosos, de
igual manera la televisión transmite situaciones tristes y engorrosas
cada semana, que dependiendo de los personajes, que en esta oportunidad
actúen, la sociedad y los medios se detienen a calificar o enjuiciar.
Pero no pasa nada. Todo sigue igual.
Esta vez es el caso de Cristian Casa Blanca, quien dice ser adivino
de números de lotería y quien tiene, en nuestro “Macondo” una legión de
seguidores. El problema de la televisión dominicana no es cómo se
expresó Casa Blanca, ni mucho menos la solución es la censura. El
problema es más profundo. La sociedad dominicana se ha ido
transformando, cada vez con menos valores y consciencia de su televisión
y de los contenidos que merecemos recibir.