Llora el día con sus horas en la
mañana, la tarde y la noche. Por su voz convertida en silencio. Lloramos
sus amigos en ciudades, barrios, callejones y parajes. Por su inopinada
ausencia. Llora el tiempo pasado y presente con sus multitudes
iracundas y esperanzadas. Por su firme compromiso con las causas justas.
Llora el amor en todas sus dimensiones. Por su pasión con lo más
sublime de lo humano. Lloran las islas, con sus olas y sus pueblos. Por
su legado de sueños en notas musicales. Lloramos todos. Por su canto
acallado por la muerte. Por Sonia Silvestre.