Aquella muchachita no parecía ser dueña de semejante voz.
Uno se preguntaba de donde salía tanta fuerza, tanta belleza poderosa… Pero no
sólo cantando imponía respeto. También era admirable escucharle sus argumentos
de granito.
El compromiso con su pueblo era su estrella. No se apartaba
de esa esencia. La historia de la República Dominicana, las invasiones que
sufrió, sus mártires, sus poetas preclaros articularon su equilibrio, como
persona y como artista.
Decía que su corazón latía dividido: una mitad en su
Quisqueya entrañable y la otra en su Cuba querida. Desde su primera visita se
integró a mi generación de trovadores y siempre la sentimos como nuestra. Aquí
la vi rendir teatros con su talento, que era aplaudido hasta el delirio. Al día
siguiente llevaba el mismo arte a los obreros de una fábrica o a los
macheteros, en los campos de caña.
En todas partes los que la conocieron la recuerdan por su
alegría, por su compañerismo. Nunca podré olvidar que cuando llegué a Santo
Domingo me brindó su casa. Tampoco que ella fue mi primer enlace con Pedro Mir.
La recuerdo la noche memorable de aquel recital con Noel Nicola, en Casa de
Teatro. Por ella conocí al guerrillero
Hamlet Hermann y a los cantores Víctor-Víctor y Luís Díaz, que desde entonces
están entre mis amigos. En “7 días con el pueblo” la recuerdo valiente,
cantando convicciones y desafiando la represión. Así se quedó impresa en mi
memoria.
Un abrazo inmenso a sus familiares, porque son mis
familiares;
a sus amigos, porque son mis amigos;
y a su pueblo dominicano, que también considero mi pueblo.
Gloria eterna a Sonia Silvestre.
Silvio Rodríguez,
La Habana, 20 de abril, 2014.