Una de las denuncias más irresponsables, bellacas y temerarias que he visto en mi medio siglo de periodismo la formuló el senador Wilton Guerrero contra el candidato presidencial Hipólito Mejía hace casi seis años: que Hipólito había viajado en un avión del Chapo Guzmán dejando implícito que se benefició con fondos del narcotráfico en su campaña presidencial de 2012.
Las implicaciones agravadas de este caso las ha salvado -en parte esencial-, el abogado de Hipólito, Julio Cury, porque el propio Hipólito no habría acertado a buscar reparación más justa para él y su familia que el bochornoso desagravio que ha tenido que prodigarle el acusador -ahora el difamador confeso-, o como mejor quiera llamársele.
Una tercera intervención magistral la ha tenido -tal vez sin proponerse dejar tal mensaje en latencia- el periodista Ubi Rivas en un magistral artículo publicado la víspera: “De Eduardo Chibás a Wilton Guerrero”, en el que recrea uno de los acontecimientos más dramáticos de la Cuba de Prío Socarrás en 1951...
ÖPorque compelido a demostrar una acusación falsa que involucraba al ministro de Educación de Prío en actos de corrupción, el primero de agosto de ese mismo año 1951 Chibás acudió a la emisora CMQ-Radio, donde producía el interactivo de mayor audiencia de Cuba, y extrayendo su Smith and Wesson corto, calibre .38, se descerrajó “su último aldabonazo” en el abdomen, muriendo horas después.
Ubi simplemente recrea aquel infausto acontecimiento y se adelanta a dar gracias a Dios porque aquí las cosas ocurrieron de manera distinta, pero las consecuencias -en épocas de las vergüenzas ajenas-, habrían sido las mismas de no haber existido tan buenas intenciones mediando para viabilizar civilizadamente una solución más avenida a nuestras tradiciones cristianas.
Pero, sobre todo, gracias a la bonhomía y capacidad de perdón que acaba de demostrar Hipólito Mejía.
Tan contrario a Wilton
Quienes conocen a Wilton Guerrero resaltan de él sus cualidades cristianas y familiares. Tal vez sus atributos sean mayores que los que le atribuyen, pero en este proceso enfrentado a Mejía, el senador Guerrero no demostró que eso sea exactamente así.
Porque él tuvo tiempo de sobra para percatarse de que se equivocó, que cometió un error y que tenía espacio para disculparse frente a Hipólito y su familia y pedirle excusa por una acusación tan infamante.
Prefirió, en cambio, que las circunstancias lo desbordaran y obligaran a desdecirse más de seis años después. Porque de no haberlo hecho por imposición de la Suprema Corte de Justicia, habría sido condenado por el delito de difamación e injuria y hasta verse expuesto al desaforo legislativo.
Hipólito, en cambio, ha actuado con magnanimidad a pesar de que él ha sido la víctima y no el victimario. Aceptó la disculpa del desbocado legislador y dispuso que sus abogados diesen el caso por concluido. La enseñanza que queda, sin embargo, es penosa en tanto deja en evidencia que la clase política se ha ido degradando hasta alcanzar niveles sumamente preocupantes si se toma en cuenta la jerarquía política que intervino en esta controversia.
Los poderes del Estado
En este prolongado zafarrancho político de alguna forma se vieron involucrados los tres poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial. Porque Hipólito Mejía es un expresidente de la República que ejerció el poder constitucionalmente en el período 2000-2004; Wilton Guerrero es senador por la provincia Peravia desde el año 2002 y la mediación estuvo a cargo de la Suprema Corte. Al concluir ese penoso proceso todos tienen que admitir haberse equivocado, incluyendo a la víctima que ha resultado ser el expresidente Mejía.
Guerrero porque tiene que aceptar haberle mentido al país durante seis años; el propio Hipólito que debió plegarse ante el hecho incontrastable de que le negaron una justicia que se merecía, y la Suprema Corte que se muestra incompetente para cumplir con el rol que le corresponde: aplicar justicia.