Una de las cantantes el grupo pop sueco más famoso de todos los tiempos. Fueron un suceso mundial en los años 70 y volvieron a grabar canciones el año pasado para encarar un tour mundial.
Su nombre ABBA, es una anagrama a partir de las iniciales de sus integrantes. Todos han sufrido golpes a lo largo de los años. Agnetha, “la rubia”, tiene problemas de fobias y su madre se suicidó en 1994. Su ex esposo, Bjorn, otro de los miembros del cuarteto, se convirtió en un adalid de los pagos electrónicos después de que uno de sus hijos sufriera un robo. Y Benny, el que luce barba en las fotos antiguas del grupo, es un ex alcohólico.
Pero es Anni-Frid Lyngstad, más conocida como Frida, “la morocha” del grupo, la que tiene detrás un pasado de vergüenza, horror y angustia.
Es la historia que recuerda que Frida nació en Noruega en noviembre de 1945, poco después de la retirada de las tropas nazis que ocupaban ese país y como consecuencia de un «programa» que alentaba la procreación de hijos entre soldados alemanes y mujeres arias o nórdicas, pertenecientes a las razas «superiores» según los delirios de Hitler.
El programa era conocido en alemán como Lebensborn, que se puede traducir como «fuente de vida», y fue creado en 1935 por el propio Heinrich Himmler, líder de las SS y uno de los principales responsables del Holocausto y de varias iniciativas de limpieza étnica de los nazis. La asociación Lebensborn, que contaba con oficinas centrales en Munich, tenía como meta revertir la caída de la tasa de nacimientos en Alemania y sus métodos se fueron ampliando con el paso de los años y el avance de las tropas nazis en Europa.
El programa contaba con guarderías para atender a los hijos producto del programa, y planes de compensación financiera para las mujeres «rubias y sanas» de los países ocupados que accedieran a tener hijos con los ocupantes.
Muchos niños eran «cedidos» por las madres que aceptaban los requerimientos del programa y otros eran directamente secuestrados. Para los nazis eran difíciles de resistir los niños rubios, rozagantes y de ojos azules que aparecían a su paso.
En un primer momento promovía la «producción» de hijos de oficiales nazis, quienes podían demostrar con cierta facilidad su «pureza racial», pero luego los organizadores del Lebensborn alentaron también a los soldados comunes a sumarse a este plan.
Uno de esos soldados comunes fue el sargento Alfred Haase, de 24 años, estacionado en Noruega, uno de los escenarios favoritos de los impulsores del Lebensborn.
Haase llegó en 1943 a la base levantada en el pueblo de Ballangen, en el norte de Noruega, donde ya existía una filial de Lebensborn. Aunque estimulado por los preceptos del programa de reproducción racial, el sargento fue un poco más «romántico» que los oficiales de las SS: «conquistó» a Synni Lyngstad, de 18 años, con una bolsa de papas -un verdadero tesoro durante la guerra- y mantuvo una relación de meses con la joven noruega.
Cuando Haase marchó de regreso a Alemania, en 1945, Synni estaba embarazada y ya nunca volvería a ver al sargento. Frida, que iba a nacer el 15 de noviembre de ese año, fue concebida pocos meses antes de la derrota de los nazis, mientras los alemanes todavía mandaban en Noruega, y llegó al mundo cuando el Lebensborn ya había sido desmantelado, Hitler suicidado y Berlín caído.
Una historia desoladora entre historias terribles, Frida nació cuando el mundo comenzaba a conocer mejor la barbaridades nazis y cuando ya no había organizaciones o familias «arias puras» que pudieran hacerse cargo de los niños del Lebensborn.
Insultada y despreciada por sus vecinos, Synni escapó a Suecia junto a su madre, Agny, y con Frida a cuestas. Synni moriría pocos años después, dejando a la futura cantante de ABBA al cuidado de su abuela.
«No tenía muchos amigos, yo pensaba que todo acerca de mí estaba mal, que no había nada en mí que mereciera ser amado», contaría Frida muchos años después en las pocas entrevistas en las que habló sobre el tema. Su madre le había dicho que su padre era un soldado alemán que murió ahogado. Pero ese no es argumento suficiente para una vida de película, faltaban más elementos.
En 1977, cuando ABBA estaba al tope de los rankings musicales de todo el mundo, una joven en en Alemania, fanática del grupo sueco, se enteró de que la cantante de cabello oscuro era la hija de un soldado alemán llamado Alfred Haase.
¿Podría ser que su amada estrella pop fuera la hija de su tío, que también se llamaba Alfred Haase? ¿Y que había estado destacado en Noruega durante la guerra?
El ex sargento vivía en ese entonces en Stuttgart, junto a su esposa y dos hijos. Y, sí, gracias a la inquietud de aquella seguidora alemana de ABBA, Frida se enteró de que su padre estaba vivo.
Se arregló un encuentro entre ambos. Quedaron en contacto por algún tiempo, pero no funcionó para Frida. «Es difícil, hubiera sido distinto de haber sido una niña o una adolescente» al momento del reencuentro, confesó la cantante.
«No puedo realmente conectarme con él y amarlo como si hubiera estado con nosotras mientras yo crecía», completó Frida, quien -poco después- caería en una larga depresión.
A principios de siglo, cuando los niños nacidos en el marco del Lebensborn se hacían mayores, varios de los sobrevivientes que conocían su origen empezaron a organizarse. Un grupo de aquellos nacidos en Noruega presentaron en el 2008 un reclamo ante la Corte Europea de Derechos Humanos para que el gobierno de Oslo asumiera su responsabilidad. La Corte rechazó la causa, pero el gobierno noruego les ofreció un resarcimiento económico… de 10.000 dólares.
Frida, por su parte, parece decidida a intentar dejar atrás ese pasado. «Se le pidió varias veces en los últimos años que se involucre con el grupo de sobrevientes del Lebensborn, pero ella no quiere», cerró la puerta una de las voceras de la cantante.
En todo caso, Frida tuvo algo de «suerte», la de saber quienes fueron sus padres y de crecer en su propia familia, a diferencia de los miles de otros niños Lebensborn que nunca supieron de dónde venían o que debieron crecer con familias apropiadoras.
Se estima que por lo menos 7.500 niños nacieron en el marco del Lebensborn en Alemania y otros 10.000 en Noruega. El programa tuvo también «clínicas» en Polonia, Francia, Luxemburgo, Bélgica y Holanda durante la ocupación.
Todo esto sin contar las decenas de miles de niños que fueron robados por los nazis en los países ocupados.
Se trata de una historia «conmocionante y profundamente perturbadora», afirma Tim Tate, el periodista británico autor del libro «Hitler’s Forgotten Children», que estudia el desarrollo y las consecuencias del Lebensborn en Alemania.
«La idea de que el valor de una persona es dictado por su sangre o bagaje racial es aborrecible», añadió el investigador en una entrevista por correo electrónico con Infobae.
Tate -quien preparó el libro junto a Ingrid Von Oelhafen, una sobreviviente del programa- recordó que fue sobre la locura de la eugenesia, la «filosofía» que promueve la «mejora racial» a través de la manipulación de poblaciones, que se construyeron el Holocausto o el Lebensborn.
«En muchos sentidos son dos caras de una misma moneda -dijo-. Y, aunque no llegó siquiera cerca de los niveles de muerte y sufrimiento provocados por el Holocausto, el Lebensborn derivó de exactamente los mismos principios y provocó terribles consecuencias».
Aunque resulte difícil de entender en la actualidad, la eugenesia no brotó en el vacío. «Sería placentero decir que se trató solamente de la locura de la Alemania nazi -dice Tate-. Pero, lamentablemente, el concepto de eugenesia era muy popular en todo el mundo en la primera mitad del siglo pasado».
Esa popularidad, añadió, incluso «pudo haber jugado un papel en la reluctancia del mundo a confrontar la evidencia de los crímenes nazis». «Hay que entender de qué se trataba el nazismo, que ellos tenían una mirada racial del mundo, era su visión primaria, se veían como la raza superior, como los amos del planeta», coincide Robert Rozett, el director de las bibliotecas de Yad VaShem, el museo del Holocausto en Jerusalén.
Los nazis «creían en la eugenesia, en ‘mejorar’ la raza aria, de la misma manera en que se ‘mejora’ una raza de perros o ganado», agregó el historiador.
Según Rozett, «Lebensborn es parte de esa mirada: lo que querían era que los arios y los arios nórdicos, como ellos los llamaban, tuvieran más y más niños».
En la lógica de los nazis, la expansión de su régimen necesitaba, por ejemplo, el petróleo que podían obtener en Rusia, el trigo para expropiar en Ucrania, y los niños rubios de ojos celestes que pudieran «producir» en los países ocupados.
Extrañamente, la historia del Lebensborn nunca fue objeto de mucha investigación. Una de las razones, explicó Tate, es que los archivos de la organización fueron destruidos.
Por otro lado, «desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, al menos dos sucesivos gobiernos alemanes intentaron, a menudo con mucho éxito, esconder la verdad sobre el programa, incluso en perjuicio de quienes fueron sus víctimas», añadió.
Oscurecidos quedaron, entonces, los orígenes de miles de niños nacidos en Europa durante la guerra. Y también la dinámica y las razones detrás de los programa de eugenesia de los nazis.
Además de «defender los valores de la libertad» frente a ideologías como las de Hitler y sus acólitos, sería bueno también «ver qué tipo de ciencia queremos, en especial si miramos atrás y vemos estos ejemplos tempranos de ‘ingeniería étnica'», dice Rozett.
En un momento de la historia en el que la ciencia avanza a velocidad supersónica, «tenemos que ser claros sobre lo que queremos en nuestra sociedad» -sigue Rozett-. Creo que no queremos dedicarnos a ‘criar’ gente ‘mejorada'».
«Hay muchas cosas que todavía no se discuten, y Lebensborn es una luz de advertencia» en ese escenario, completó el historiador.