Cuando Maria Callas declinaba como artista, una vez retirada de los escenarios en 1965, alguien le preguntó quién sería, en su opinión, la cantante que recogería su testigo como la voz más sensacional de la ópera y la más delicada del repertorio lírico-dramático, una inquisición comprometida que la Callas solucionó con una respuesta clara y sin dudarlo un instante: "Only Caballé", fue lo que dijo, y desde ese momento Montserrat Caballé quedó bendecida como una diva inapelable.
Justo por entonces iniciaba su carrera internacional, destacando en el papel de Lucrezia Borgia en la ópera de Donizetti. Callas apenas había podido escucharla, pero lo poco que sabía de Caballé era suficiente para designarla como la elegida -en perjuicio de la otra gran soprano del final de siglo, Joan Sutherland.
Hacia el final de su vida, el prestigio personal de Montserrat Caballé quedó dañado por la condena a seis meses de cárcel, dictada y ratificada en 2015 por el juzgado de lo penal número 13 de Barcelona, por haber defraudado a Haciendaevitando el pago de impuestos por fijar su residencia habitual, de manera fraudulenta, en Andorra, y por la que tuvo que pagar más de 250.000 euros de multa. Pero si dejamos lo mundano a un lado -y lo mundano incluiría su invernal aparición en un anuncio de la Lotería de Navidad, ya sin voz ni fuerzas-, y reivindicamos lo mucho que hizo por la ópera, hacía años que Caballé había sellado otro pacto, este con la eternidad.
Dotada de una voz cálida, clara y potente, fue la gran estrella internacional femenina de la ópera durante dos décadas y media de plenitud, y una figura central en la recuperación del bel canto italiano de principios del siglo XIX, una corriente de revival que había comenzado a gestarse en los años 50 -con Maria Callas- y que ella consolidó haciendo suyos papeles esenciales como Elvira (I Puritani), Norma o Lucia di Lammermoor. Había nacido el 12 de abril de 1933 en Barcelona, cerca del templo de la Sagrada Familia, tras un parto largo que pudo haber acabado en desgracia, e ingreso aún niña en el Conservatorio del Liceu, donde inició sus estudios musicales.
A los pocos años, obtuvo su primer contrato profesional con la orquesta de Napoleone Annovazzi, que recorría Europa con un repertorio que iba del barroco al verismo, y que le sirvió para aprender los primeros papeles de su repertorio: Serpina (La serva padrona, de Pergolesi) o Susanna (Las bodas de Fígaro, de Mozart), a las que más tarde añadiría Fiordiligi (Così fan Tutte, también de Mozart). Sin embargo, ya aspiraba a papeles más exigentes, y poco recomendados para sopranos jóvenes que aún no habían desarrollado toda su experiencia ni su desarrollo físico, como Aída (Verdi), Tosca(Puccini) o uno de sus roles más personales, la Salomé de Strauss.
Tras su regreso a Barcelona en 1962, tras años de gira por Europa, terminó consagrándose como una voz con enorme potencial en las tablas del Gran Teatre del Liceu y acabando de proyectar su imagen en la escena internacional de primer nivel, de modo que su poder de comunicación rápidamente fue reclamado en los grandes coliseos líricos del mundo -del Metropolitan de Nueva York a la Royal Opera House de Londres-, que llamarían la atención no sólo de Maria Callas, sino de los promotores ávidos de un recambio en la cima del canto lírico. En los 70, cuando su carrera estaba disparada, Caballé desarrolló en paralelo una abundante producción discográfica que aumentó su perfil y todavía sirve como buen libro de estilo en cuanto a interpretaciones excelentes del gran repertorio italiano del siglo XIX: bel canto, verismo y las grandes óperas de Verdi. No obstante, también dejó su huella en la recuperación del repertorio clásico del XVIII -principalmente Gluck y Mozart- e hizo interesantes incursiones en la ópera barroca. Entre 1970 y 1973 fue la prima donna más admirada de su tiempo; hasta 1990, una leyenda en desarrollo que sufrió altibajos, pero que acumuló carisma, repertorio y fans entregados que consiguieron diseñar una campaña de imagen que protegía a Caballé de sus detractores. "Yo siempre he sostenido la divinidad de Montserrat Caballé, y en algunos casos superior incluso", escribió Terenci Moix en La Vanguardia el 21 de junio de 1998, a propósito del debut tardío de Caballé en el Teatro Real de Madrid. "Cualquier esnob francés, cualquier mariquita de entreacto protestará ante lo que digo. No hay que escandalizarse con estos petimetres: son la inevitable lacra de la ópera convertida en moda, los que reventaban a la Callas cuando vivía y en cambio, una vez muerta, se dedicaron a reventar a todos los que no se parecían a ella".
La reivindicación de Caballé fue firme y fuerte incluso en su época crepuscular.Retirada de los escenarios desde principios de los 2000, a los que sólo volvió en ocasiones puntuales -se dice que para actuar en galas privadas de magnates que pagaban muy bien por tener cerca su leyenda, aunque ya no su mejor voz-, su leyenda nunca se ha apagado, aunque sus problemas con la justicia han impedido mostrar mayor energía. Tenía, eso sí, ganado un puesto indiscutible en el olímpo de las grandes voces de la ópera, apuntalado por fans surgidos de ámbitos inesperados, como Freddy Mercury, el líder de Queen, gran aficionado a la ópera que insistió en que fuera ella quien cantara con él en su canción olímpicaBarcelona.
Tras su fallecimiento en la mañana del 6 de octubre en Barcelona, tras mucho tiempo alejada de la vida pública y afectada de problemas en la vesícula que se fueron agudizando en los últimos años, es el momento de recordar a un mito que hizo historia y que merece ser de nuevo reivindicada como la única soprano que le disputó a la Callas el título de la más grande del siglo XX. Tras ella, "only Caballé".
La cantante se encontraba ingresada desde mediados de septiembre en el centro y el funeral será el lunes al mediodía en el tanatorio de les Corts, mientras que el velatorio será este domingo a partir de las 14.00 horas en el mismo centro, según fuentes funerarias.
María de Montserrat Bibiana Concepción Caballé i Folch, por su nombre completo está considerada como una de las mejores sopranos del siglo XX. Elegida doctora Honoris Causa por la Universidad Politécnica de Valencia (UPV) en septiembre de 1999, su carrera comenzó a reconocerse cuando le llamaron para sustituir a una colega e interpretar Lucrecia Borgia en el Carnegie Hall de Nueva York (Estados Unidos).