El día que John Travolta conoció a Diana Hyland, solo era un actor joven con una carrera que se preveía brillante pero todavía no, ella ya era una actriz consagrada. Habían sido convocados para protagonizar el dramón televisivo El chico de la burbuja de plástico. La película narraba la historia un niño nacido sin defensas inmunológicas que crecía en una habitación de plástico y se enamoraba de su vecina.
Travolta era el protagonista y Diana, la elegida para ser su madre. Algo creíble ya que él había cumplido 22 y ella, contaba 40.
La leyenda dice que entre toma y toma comenzó la atracción. Las escenas compartidas duraban minutos y las charlas, horas. Él le contó que era un muchacho de Nueva Jersey, con cinco hermanos, un padre que vendía neumáticos y una madre actriz y profesora de actuación. Ella le confió que era una chica de Ohio, que obtuvo su primer papel a los 19 años en el Robert Montgomery presenta. “En el 55, un año después de tu nacimiento”, agregó, pero a ninguno le importó. La edad era parte y no todo. Porque todo era lo demás. Todo era que amaban actuar, creían que “lo mejor está por venir” y descreían de los amores perpetuos.