Jean Loriot-Boulle, yerno del autor de la novela original de 1963, cuenta que el guion escrito por Pierre Boulle para una secuela no gustó a Hollywood y nunca se publicó.
Hace 50 años, la 20th Century Fox estaba embarcada en la planificación de una secuela, algo que por entonces aún no formaba parte de la práctica habitual de los estudios de cine.
El año anterior, la secuencia de Charlton Heston arrodillado en una playa frente a los restos de la estatua de la Libertad había dejado a millones de espectadores sin aliento y con ganas de más: la revelación de que El planeta de los simios no era otro que la Tierra, con un desenlace tan visualmente poderoso y alejado del canon hollywoodiense de los finales felices, pedía una continuación; parecía evidente que aquel final no era tal, sino el comienzo de una nueva historia.
Y no fue una, sino una multitud. Cuatro películas más, dos series de televisión, un remake en 2001 y una nueva saga cinematográfica lanzada en 2011, a lo que se unen cómics, libros, videojuegos, juguetes… Lo que originalmente era un planeta se ha convertido en toda una galaxia de simios que comenzó a gestarse a comienzos de los años sesenta en la imaginación de un escritor, una mañana de visita al zoológico del Jardin des Plantes de París.
“Cada mañana, Pierre Boulle se levantaba pensando: espero tener hoy una idea genial para mi próxima novela”, recuerda el yerno de aquel escritor, Jean Loriot-Boulle, profesor de cirugía en la Facultad de Medicina de la Universidad de Montpellier (Francia).
Su suegro, Pierre Boulle (20 de febrero de 1912 – 30 de enero de 1994), nunca tuvo hijos; vivió la mayor parte de su vida en París junto a su hermana Madeleine y la hija de esta, Françoise-Caroline, que llegó a ser también como una hija para Pierre, y que fue la esposa de Jean hasta el fallecimiento de ella en 2011.
Durante aquellas mañanas, Pierre Boulle solía dar largos paseos por París, prosigue Loriot-Boulle: el Bois de Boulogne, Notre-Dame, el Arc de Triomphe… Su trabajo como escritor se lo permitía, pues por entonces ya se había consagrado como un autor de éxito internacional gracias a su tercera novela, Le Pont de la rivière Kwaï (1952): si el libro fue un best seller, la película de David Lean (1957) hizo silbar al mundo entero.
Atrás habían quedado las penalidades que inspiraron aquella novela, no autobiográfica, pero sí documentada en las experiencias del propio Boulle como prisionero condenado a trabajos forzados en el sureste de Asia durante la Segunda Guerra Mundial.
Una mente científica
Fueron sus años aventureros de juventud, en los que pasó de ser un ingeniero que trabajaba en una plantación de caucho en la Malasia británica a alistarse como espía al servicio de la Francia libre en Indochina, tras la invasión de su país por el Tercer Reich. Pero a pesar de su drástico cambio de vida y de ocupación después de la guerra, algo quedó de su profesión original: su amor por la ciencia, y lo que Loriot-Boulle describe como un punto de vista científico para observar la realidad.
Esta visión científica de las cosas se unió a su hambre de nuevas ideas para escribir aquella mañana frente a la jaula de los monos del Jardin des Plantes, cuando otro visitante arrojó un objeto a los animales.
“Observó cómo el mono jugaba con el objeto, y pensó entonces que serían capaces de montar en bicicleta, pero no de entender cómo funcionaba ni de construir una; solo los humanos podían hacer esto”, dice Loriot-Boulle. “Pero ¿qué ocurriría si fuese al revés? ¿Y si ellos fueran los amos y nos trataran como los tratábamos nosotros?”.
Aquella mañana, Boulle regresó a casa con la idea genial que buscaba. Pero no se la contó a nadie. “Era un hombre muy silencioso, apenas hablaba y no soportaba que le preguntaran por sus novelas. ¡Decía no, no, no, y se marchaba a otra habitación!”, ríe Loriot-Boulle. Solo a una persona le permitía inmiscuirse en su trabajo: su sobrina Caroline. “Era una superdotada, hizo el examen de bachillerato a los 14 años”.
Boulle confiaba en la extraordinaria inteligencia de su sobrina para cazar cualquier gazapo que minara la coherencia de sus historias. Gracias a esta contribución y al pequeño secreto de la técnica narrativa de Boulle –comenzaba a escribir las historias por el final e iba retrocediendo–, sus novelas pasan por ser perfectos rompecabezas sin fisuras. “No hay un solo error de lógica en sus libros”, presume Loriot-Boulle.
Ciencia ficción, muy a pesar de su autor
Sobre aquella premisa de intercambiar los papeles de humanos y simios, Boulle inventó una aventura espacial, algo diferente de lo que luego sería la versión cinematográfica: corre el año 2500 cuando una nave parte con rumbo a la estrella Betelgeuse (Alfa Orionis) con tres tripulantes a bordo.
A su llegada, descubren un planeta donde los humanos primitivos viven bajo el yugo de sus amos simios, lo que convierte a los exploradores terrestres en esclavos tratados como animales. El resultado fue La planète des singes (1963), una novela que la Fox compró antes incluso de que llegara a los estantes de las librerías.
Por mediación del director Franklin J. Schaffner, el productor Arthur P. Jacobs y, cómo no, las pétreas facciones de Heston, la película se convirtió en la novena de mayor recaudación de aquel 1968, despegando de inmediato hacia el firmamento de los clásicos de la ciencia ficción.
Para disgusto de Boulle: “Se enfadaba mucho cuando le decían que era una novela de ciencia ficción, porque no era eso lo que él pretendía escribir, aunque finalmente tuvo que aceptarlo”, dice su yerno.
Pero curiosamente, aquella secuencia final tan memorable no salió de la mente de Boulle, sino que al parecer fue una aportación conjunta del productor Jacobs, el guionista Rod Serling y el cineasta Blake Edwards, que estuvo involucrado en las primeras fases del proyecto.
El escritor siempre prefirió su propio final, algo más similar al del remake de Tim Burton de 2001: los terrícolas regresan a su planeta para comprobar que han transcurrido miles de años y que aquí también los simios han sometido a los humanos.
El planeta de los hombres
No obstante, cuando tras el éxito de la película Jacobs se dirigió a Boulle con la idea de rodar una continuación de la historia, el escritor aceptó el escenario del astronauta Taylor (Heston) ante la estatua de la Libertad como punto de partida. “Le pidieron que escribiera un guion, algo que él nunca había hecho. Pero lo hizo”.
El resultado fue El planeta de los hombres. Taylor se encuentra de nuevo con sus semejantes, salvajes y embrutecidos, pero ve un signo de esperanza: su compañera, Nova, está embarazada. El nacimiento del niño, Sirius, sirve de puente entre la antigua civilización que representa Taylor y aquella nueva raza humana sumida en la barbarie.
Así, los humanos comienzan a transitar de nuevo el camino que ya recorrieron miles de años atrás: aprenden a dominar el fuego, pintan en cuevas, construyen, cultivan, escriben en tablillas de arcilla. Finalmente, están dispuestos a presentar batalla para restaurar el progreso perdido. La historia acaba con el malvado Dr. Zaius, el despótico líder simio, balbuceando en un espectáculo de circo como una parodia de sí mismo.
Pero Hollywood no compró. El guion de Boulle era demasiado literario. No tenía suficiente aventura. “Fue abandonado y nunca se publicó”, apunta Loriot-Boulle. En su lugar, en 1970 se rodó Regreso al planeta de los simios, sobre un texto del guionista Paul Dehn centrado en el apocalipsis atómico, un argumento muy de su tiempo. Y en el que Taylor moría asesinado, no sin antes apretar el botón del arma nuclear que aniquilaba definitivamente la vida en la Tierra.
El manuscrito de Boulle cayó en el olvido durante décadas, hasta que a la muerte del escritor, Jean y Caroline abrieron su baúl para catalogar y conservar su archivo. Allí apareció El planeta de los hombres, hoy custodiado en la Biblioteca Nacional de Francia. “Lo enviamos a la Fox, tienen el texto desde hace dos o tres años y parece que están interesados, pero por el momento no hay nada concreto. Espero que algún día se ruede”, suspira Loriot-Boulle. Taylor aún espera su oportunidad para redimir al ser humano.