El terremoto del 4 de agosto de 1946 fue de una magnitud de 8.1 grados
en la escala Ritchter y se sintió en gran parte del territorio nacional,
ocasionando los mayores daños en la ciudad de Santo Domingo y en las
villas costeras de Matanzas y Nagua.
Alrededor de la una de la tarde, del domingo 4 de agosto de 1946,
ocurrió en la ciudad de Santo Domingo –llamada entonces Ciudad Trujillo–
una violenta sacudida sísmica de una intensidad y duración tal que
ocasionó numerosos daños en edificaciones públicas y en viviendas de
particulares.
Sin embargo, los periódicos de la época no se hicieron eco de noticias
relativas a muertes y heridos como consecuencia de ese sismo. Pero, dado
el control del régimen de Trujillo sobre los medios de comunicación,
ello no significa que no hayan ocurrido.
A esa conmoción telúrica le siguieron otras de mayores y menores
intensidades que se prologaron hasta la noche, lo que determinó que ese
día muchos capitaleños abandonaron sus hogares para pernoctar en plazas y
en lugares abiertos.
El terremoto del 4 de agosto de 1946 fue de una magnitud de 8.1 grados
en la escala de Ritchter, el mismo estuvo localizado en la latitud 18
grados, 7 minutos Norte y en la longitud 69 grados y 17 minutos Oeste.
Ese sismo se sintió en gran parte del territorio nacional, ocasionando
los mayores daños en la ciudad de Santo Domingo y en las villas costeras
de Matanzas y de Nagua (Julia Molina).
Cuando ese terremoto ocurrió, la República Dominicana no disponía de
recursos humanos ni tecnológicos con que localizar y medir la intensidad
de los sismos.
Todos los detalles técnicos referentes al terremoto de 1946 fueron
trasmitidos por vía telegráfica a las autoridades dominicanas desde las
estaciones sismológicas localizadas en los Estados Unidos, Puerto Rico y
Cuba.
El sismo fue descrito por los observadores norteamericanos y de otros
países “como uno de los más violentos movimientos sísmicos de que se
tenían noticias”.
Para entonces la ciudad de Santo Domingo (Ciudad Trujillo) era una
ciudad pequeña, la mayoría de las viviendas de la capital dominicana
eran de madera, techadas de cinc, y las edificaciones no eran altas.
De ocurrir hoy un terremoto de la magnitud del de agosto de 1946 los
muertos se contarían por miles y los daños se contabilizarían por miles
de millones de dólares.
DAÑOS A LA ZONA COLONIAL
El terremoto de 1946 causó graves daños en la zona colonial de la ciudad de Santo Domingo.
Numerosas edificaciones (léase casas de dos plantas) y viviendas de
particulares situadas en esa zona resultaron destruidas o muy dañadas
por el sismo.
La puerta principal de la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes
sufrió una rotura que recorrió casi toda su altura, así como una gran
grieta en el testero.
La edificación del antiguo Real Convento de los Dominicos sufrió daños de consideración, resultando destruido su campanario.
Las ruinas del Monasterio de San Francisco fueron conmovidas y cubiertas
por montones de piedras y por otros materiales desprendidos.
Las calles que circundaban el muelle de la capital resultaron agrietadas
y se cayeron las paredes de la edificación donde se alojaban los
celadores de aduanas.
Se reportaron grandes daños ocasionados por el sismo en Moca, Santiago
de los Caballeros, San francisco de Macorís y en los pequeños poblados
localizados en las costas del Noroeste.
En Higüey, la imagen de Nuestra Señora de la Altagracia tuvo que ser
trasladada de sitio por el peligroso estado en que quedó el templo en
donde se guardaba la venerable imagen de la patrona de los dominicanos.
Los pobladores de Matanzas y de Nagua (Julia Molina) fueron los que más
sufrieron por los estragos causados por el terremoto del 4 de agosto de
1946.
Las aguas del mar penetraron violentamente en la villa de Matanzas, causando graves daños.
En Nagua no quedó una sola vivienda que no resultara dañada por el sismo.
Ese terremoto fue el cuadragésimo tercero sentido en la isla desde la llegada de los conquistadores españoles hasta esa fecha.
SISMOS ANTERIORES
Los más violentos sismos ocurridos antes del 4 de agosto de 1946 habrían
sido el del 2 de diciembre de 1562, que destruyó la antigua ciudad de
La Vega; el del año 1751 que destruyó la villa de El Seibo; el del 7 de
mayo de 1842, que produjo grandes daños en la ciudad de Santiago de los
Caballeros, y el del 19 de agosto de 1881, que causó grandes estragos en
varias poblaciones del interior del país, específicamente en la villa
de Higüey, cuyo histórico santuario resultó seriamente dañado.
Recuerdos del trágico día
Este redactor era un niño de ocho años de edad cuando ocurrió el
terremoto de 1946. A pesar de los años transcurridos, aún no se han
borrado de su mente la experiencia vivida en ese trágico día.
Ajenos a lo que había de ocurrir, con imponentes ceremonias los
capitaleños celebraban la mañana de aquel 4 de agosto el fausto
acontecimiento conmemorativo del 450 aniversario de la fundación de la
ilustre Primada de América, la antigua y legendaria ciudad de Santo
Domingo, erigida por el Adelantado Bartolomé Colón en territorios del
Nuevo Mundo.
La mañana de ese día este redactor había ido acompañado de sus tías
paternas a presenciar el desfile militar que había tenido lugar por los
alrededores de la Fortaleza Ozama y ver las presentaciones artísticas
alegóricas al descubrimiento de América que se habían de escenificar en
la Puerta del Alcázar, cerca de un árbol que la tradición señalaba como
el utilizado por Cristóbal Colón para amarrar una de sus naves.
Recordamos cómo se llevaron a efecto ese 4 de agosto, en un ambiente
pleno de devota religiosidad y de patriotismo, las importantes
ceremonias programadas oficialmente para celebrar el 450 aniversario de
la fundación de la ciudad de Santo Domingo.
El desfile militar y las presentaciones artísticas comenzaron alrededor
de las ocho de la mañana de ese día, inmediatamente después del
izamiento de la bandera nacional; esos actos concluyeron antes del
mediodía, de manera que, para la hora del almuerzo, ya estábamos de
vuelta a nuestra casa localizada en el barrio de San Carlos.
Mientras almorzábamos en el comedor de nuestra vivienda sentimos un
ruido extraño, una especie de silbido, y a continuación pudimos observar
cómo se agrietaban las paredes de la casa.
¡Aquello fue la de acabóse!
Mis tías y mis abuelos no terminaban de decidirse entre el salir
corriendo o permanecer en el lugar esperando que el temblor de tierra
pasara.
Era que no sabían a ciencia cierta qué estaba pasando.
Pensando que se trataba de un castigo divino, mi abuela no paraba de
rezar; mientras que mi abuelo la tildaba de loca, al tiempo que
aseguraba que nada malo sucedía, que nos quedáramos tranquilos que se
trataba de un simple temblor de tierra.
Para entonces eran muy pocos los dominicanos que tenían nociones acerca
de la naturaleza de los daños que podía causar un temblor de tierra.
La violencia del sismo del 4 de agosto de 1946 y sus constantes
repeticiones hicieron que la población de la capital se mantuviera en
una excitación constante.
Personas implorando la clemencia divina, mujeres desmelenadas, niños
asustados, dieron a la ciudad de Santo Domingo un marco dantesco.
El estado de nerviosismo que se apoderó de los habitantes de Santo
Domingo originó que corrieran rumores sin fundamentos que aumentaban el
número de personas muertas o heridas y multiplicaban los daños causados a
las edificaciones y a las viviendas.
¡Se cayó el obelisco! ¡Se destruyó la Iglesia de Las Mercedes! ¡ El mar va a entrar!
Expresiones tan falsas como ésas se escuchaban por doquier.
Para implorar el perdón de Dios por nuestros pecados, a partir del día
en que ocurrió el terremoto, comenzaron a celebrarse todos los días
procesiones que recorrían las calles principales de la entonces pequeña
ciudad de Santo Domingo.
Alrededor de las ocho de la mañana del 8 de agosto de 1946, mientras se
oficiaba una misa en el malecón de la capital implorando al Altísimo por
el cese de los temblores de tierra, se esparció el rumor de que, al
igual como ya había ocurrido en Matanzas, las aguas del mar estaban
penetrando en la ciudad de Santo Domingo.
Muchas gentes comenzaron a correr hacia la parte alta de la ciudad. En
tanto que otras optaban por arrodillarse a mitad de la calle, pidiéndole
perdón a Dios.
Los agentes de seguridad de Trujillo comenzaron a apresar a las personas
que de buena o mala fe propagaban falsos rumores sobre daños causados
por el sismo.
Dos señores, muy conocidos por su militancia antitrujillista, fueron
detenidos y acusados por la Policía de haber sido los que propagaron los
rumores de que el mar estaba entrando en la capital. Ambos fueron
condenados a seis meses de prisión correccional “por vagos y por alterar
la paz pública”.