Kirk Douglas, que murió este miércoles a los 103 años, ha sido una fuerza de la naturaleza, un actor de energía desbordada y un físico espectacular.
De hecho, la primera imagen que evocaba oír su nombre era la del esclavo sobrehumano “Spartacus”. Fue “el hombre duro”, que, curiosamente, se midió más veces en el cine con parejas masculinas que con femeninas.
Su implicación emocional con los atormentados e impulsivos personajes a los que dio vida le labraron a Douglas su fama de “duro”; es histórico su enfrentamiento (casi siempre, muerto de celos) con Burt Lancaster, con quien rodó siete cintas, las más memorables “Seven Days in May” (Siete días de mayo, 1964) y “Gunfight at the O.K. Corral” (Duelo de titanes, 1957).
Douglas, que reconocía ese complejo, escribió en su web tras la penúltima película rodada con el acróbata: «Por fin me he librado de Burt Lancaster. Mi suerte ha cambiado para mejor. Ahora trabajo con chicas guapas».
Entre la primera, “I Walk Alone” (1948), y la última, “Tough Guys” (Dos tipos duros, 1986) que rodaron juntos, ambos actores ensayaron una amistad, a decir de quienes les rodeaban, fingida, que sin embargo contribuyó a reforzar el mito.
A partir de “Gunfight at the O.K. Corral” (Duelo de titanes), un western en el que Lancaster era Wyatt Earp y Douglas, Doc Holliday, el mujeriego, viril y arrogante Issur Danielovitch Demsky, hijo de inmigrantes judíos analfabetos (Douglas eligió este apellido artístico por su adorado Douglas Fairbanks), el actor comenzó a coleccionar “duelos” cinematográficos masculinos que ya han quedado para la historia.
El siguiente fue con Anthony Quinn en “Lust for Life” (“El loco del pelo rojo”); con Tony Curtis se midió en “The Vikings” (Los vikingos, 1958) y en 1959 hizo “The Devil’s Disciple” (El discípulo del diablo), donde volvía a coincidir con Lancaster, aunque la escena más recordada es precisamente el juicio en el que Douglas se enfrenta, en un diálogo lleno de cinismo, a sir Laurence Olivier.
Al año siguiente, Douglas se emparejó con Kim Novak en “Strangers When We Meet” (Vecinos y amantes), pero solo fue un respiro para su “duelo” definitivo, el más sólido, coral: el que marcaría el resto de su vida y su carrera.
En 1960, Douglas se convirtió en productor, actor y casi en director de “Spartacus”, una película que comenzó a rodar Anthony Mann, pero que pasó a manos de Stanley Kubrick, ante las presiones del “jefe”.