Por: Luis Garcia
Nada de extrañeza me produjo la lectura de un comentario periodístico, en el que la semana pasada se hacía referencia a quejas de periodistas que cubren la Junta Central Electoral (JCE), en el sentido de que se ven limitados en la cobertura de las informaciones de una fuente noticiosa de trascendental importancia para el país.
A lo que Pablo Neruda, confieso que he vivido, y el vivir más allá del divino tesoro de la juventud de Rubén Darío va dejando una estela de experiencias a lo largo de la vida que posteriormente servirían para colocar ciertas cosas en perspectiva. Auscultando el panorama a través de la simple observación, sabía que llegaría el momento en que los profesionales del periodismo se sentirían confinados e invisibilizados.
Justo hace un año, escribí en estas páginas un artículo bajo el título “Invisibilidad de los suplentes”, observando que a la totalidad de los miembros suplentes del órgano electoral, cuya matrícula, además de nosotros, está conformada por José Miguel Minier Almonte, Juan Bautista Cuevas, José Lino Martínez y Rafael Evangelista Alejo; no se nos tomaba en cuenta para nada.
En esa ocasión, concluía admitiendo que ese comportamiento solo era posible en una sociedad en la que los predicamentos de democracia son simples poses, primando el autoritarismo a nivel institucional.
Ciertamente notaba, en las escasas ocasiones en que he acudido al edificio que aloja a la JCE, que los periodistas nunca estaban en un pasillo o en algún departamento en procura de informaciones, como suele suceder en las sociedades democráticas.
Olfateaba que algo no andaba bien, pero por una cuestión ética ni siquiera preguntaba, pero sentía opresión torácica porque mi profesión principal es y será siempre la de periodista.