En la actividad
realizada con el auspicio de la Fundación Sila Ozuna, presentaron un
busto elaborado por el arquitecto Nicolás Aracena, con un costo superior
a los 600 mil pesos.
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Para las 5:15 de la
tarde, apenas quedaban sillas por ocupar. Bajo la inmensa carpa azul,
los invitados se acomodan en semicírculo frente a la escalinata que
sirve de escenario.
“Por favor, ocupar sus asientos”, ordena por segunda ocasión con voz
sobria y perfecta el locutor militar Osvaldo Cepeda y Cepeda. Reitera el
llamado y de forma casi inmediata, el correr de un lado a otro amaina.
Vestidos con polo azul cielo y pantalones caquis, los estudiantes
observan desde sus asientos el ir y venir de los organizadores, quienes
terminan de orientar a quienes hacen acto de presencia en la remodelada
plaza Gregorio Luperón, ubicada en la avenida que lleva el nombre del
héroe de Puerto Plata y la arteria que lleva el nombre de la reina
taína, Anacaona.
El Regimiento Guardia de Honor del Ministerio de Defensa, en
inconfundible chaqueta azul, pantalones de un blanco impecable, liberan
de sus instrumentos las notas del Himno Nacional dominicano, como
ofrenda a la figura mayúscula de la historia dominicana, en su 175
aniversario.
La escultura permanece cubierta por una manta larga y blanca que se
extiende hasta la construcción de ladrillo, resaltada por reflectores
que avivan la blancura del lienzo. Una pintura del prócer cuelga detrás
de la escultura envuelta en el manto.
Monseñor Jesús María de Jesús Moya, Obispo Emérito de San Francisco
de Macorís eleva una plegaria en acción de gracias, recordando las
virtudes incuestionables de Luperón, algunas talladas en la tarja que
perpetúa su nombre en metal y concreto, bautizando el frío ladrillo con
agua y plegarias.
Con el auspicio de la Fundación Sila Ozuna, se realizó el remozamiento de la plaza patriótica Gregorio Luperón, en un acto en el que se develó un busto realizado por el escultor Nicolás Aracena, con un costo superior a los 600 mil pesos, auspiciado por la empresa Data Crédito.
Una corona de rosas blancas se acerca por la izquierda, cargada por
hombres que detienen su marcha al encontrarse con un muro humano que
rezan alabanzas al Omnipotente. Dan media vuelta y se pierde entre las
palmas enanas que adornan la plaza.
“Veo delante de mí un sendero largo, oscuro y penoso, pero el conduce
al cumplimiento de un deber sagrado: la revolución”, cita el presidente
de la Comisión Permanente de Efemérides Patrias, Juan Daniel Balcácer,
en representación del presidente Danilo Medina, al realizar una
semblanza histórica del patriota.
Los estudiantes permanecen absorbidos por las pantallas colocadas a
ambos lados de la plaza, en las que de cuando en cuando aparece la
imagen moza de uno de sus compañeros, quienes sonríen o se cubren el
rostro para no ser vistos.
Algunas mujeres sofocan el calor con ventiladores de cartón, que
abanican veloces de un lado a otro. Cepeda y Cepeda da una última calada
a su cigarrillo antes de acercarse al ambón. Es hora de descubrir el
busto.
Revelación.
Los representantes toman lugar en la escalinata. Una enfermera de tez
morena y piel tersa se mordisquea las uñas y se acomoda rápidamente el
cabello castaño, que se sienta sobre sus hombros.
En la actividad en honor al General Luperón estuvieron el ministro de Cultura, José Antonio Rodríguez; el magistrado Víctor Gómez Bergés, Juez del Tribunal Constitucional; el político y presidente del Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD), Hatuey De Camps Jiménez; el embajador de Venezuela en el país, Alberto Castellar Padilla, entre otros.
Los encargados de desvelar la escultura toman posesión de sus
lugares, entre aplausos que recorren la carpa de extremo a extremo.
Halan la manta blanquísima y el rostro inmenso de bronce queda al
descubierto, mirando imponente a los asistentes, bajo el toque militar
de rigor hecho por la guardia de honor.
“Da pena que un día como hoy no haya una sola reseña en los diarios
(sobre el general Luperón)”, critica el arquitecto Nicolás Aracena, a la
vez que clama por aplausos a la figura de Porfirio López Nieto,
empresario en quien descansa la adopción de la obra y que recibe un
reconocimiento por sus aportes.
“¡Bien!”, se escucha de forma ya acostumbrada desde la multitud,
seguido de aplausos que caen como un aguacero. Nadie cuestiona la
procedencia.
El sol de la tarde da paso al crepúsculo que llega indetenible. Entre
ofrendas del arte, música que resaltan la grandeza del prócer.
“Centinela de la Patria”.
La
guardia de honor desmonta de sus hombros las rosas, que llegan a la
escultura, atravesando el centro mismo de la plaza. Los soldados dan
unos pasos acelerados al compás de los aplausos y vítores a la insigne
figura del General de División Gregorio Luperón, al depositar la ofrenda
de rosas frente a su efigie. Arrancan los tambores y las trompetas en
homenaje al augusto dominicano.
“Gregorio Luperón creció en la miseria”, recuerda enérgico el Mayor
general Jorge Radhamés Zorrilla Ozuna, del Ejercito de República
Dominicana y presidente de la Fundación Sila Ozuna, quien realiza un
breve recorrido por la vida del héroe nacional, nacido el ocho de
septiembre de 1839.
“Es este el momento oportuno para abrazarnos al ideal que nos legaron
los forjadores de nuestra nacionalidad”, exhorta, a la vez que reclama
el nombramiento del Héroe de la Restauración como “Centinela de la
Patria”, al canto de alabanzas a la patria y a la libertad, dando paso a
la despedida del público.
Los
presentes se levantan y de sus butacas y se funden entre saludos y
abrazos. Sonrisas y palabras de admiración. Los presentes aprovechan la
ocasión para posar junto al héroe de la historia dominicana y perpetuar
el momento en una instantánea.
Por los lados y el centro, se escurren los pasos que buscan la salida de la plaza, hasta quedar desierta.
¡Track, track, track! Suenan las sillas al ser recogidas de forma
apresurada por el personal de limpieza y acomodadas junto a las palmeras
enanas en los camiones azules y rojos que esperan en la avenida, que
ahora permite el tránsito fluido de los vehículos. Las luces se apagan,
mientras la plaza queda desnuda y en silencio.
El rostro inmenso de bronce mira imponente y solitario el transitar
de los vehículos que ahora transitan libres de trabas. La penumbra
termina de engullir la plazoleta y el imponente busto queda en su sitio,
empotrado en el frío ladrillo.