Luis Abinader ha cometido el grave error de exhibir
el más bajo de los instintos que pueda tener una persona común, que
jamás un político que aspira a ser Presidente de la República:
proclividad a la intolerancia, a la agresividad, a la descalificación,
al insulto soez y desproporcionado...
... Ya podría cualquiera imaginarse de lo que sería capaz una persona
de su naturaleza detentando el poder que le sugiere la Presidencia de
la República, convertido en “primero entre sus iguales” en un país como
este donde el Presidente es un semidiós que todo lo puede.
Quienes lo conocen desde muchacho saben que ha sido siempre elitista y
creído, un hijo de papi y mami carente de talento y humildad pero
excedido de soberbia y con la petulancia propia del cretino clasista que
se siente por encima del bien y del mal.
Ha sido esa su conducta desde los primeros años de estudiante en el
colegio Loyola, donde burlaba con inusitada frecuencia la regia
disciplina jesuita y sobresalía siempre no precisamente como el buen
estudiante que nunca fue sino como el más dispuesto a las bellaquerías
estudiantiles.
Esa actitud díscola se le puede tolerar en su vida privada, entre sus
súcubos y subalternos, en su cerrado círculo de amigos... Jamás en la
vida pública con categoría política donde tiene que estar sometido al
escrutinio de la prensa porque aspira a ser Presidente de la República.