El Día
Un artista tiene que darse importancia, pero no debe llegar a las necedades del bachatero Anthony Santos. Los extremos siempre son desagradables y creo que en eso de engreimiento el conocido bachatero se pasa del lindero.
No sólo se muestra insoportable con la crónica de arte y locutores, sino hasta con aquellos que lo contratan, quienes nunca saben a qué abstenerse hasta que no termina su show.
Siempre he reconocido su talento, incluso desde cuando otros lo despreciaban. Recuerdo que siendo editor de espectáculo del desaparecido diario “El Siglo” le asigné a un reportero que viajara a la Las Clavellinas, lejísimo en el Cibao, donde reside “El bachatú”, a entrevistarlo. Su actitud fue esconderse y el periodista, fotógrafo y chofer debieron regresar a Santo Domingo sin el trabajo encomendado.
Consideré aquello como un acto de timidez suyo, pues me decían que Anthony Santos era acomplejado, o sea, no se sentía cómodo con su físico, pese a su hermosa voz, y por ese motivo, por su complejo de personalidad, no era dado a enseñarse mucho.
Pero hoy, más avanzados los años, me encuentro con colecciones de anécdotas de desaires que a gente del medio ha hecho este cantante, y he comenzado a comprobar que si antes actuaba por timidez, ahora su conducta está normada por su engreimiento.
Para colmo, se observa además un deterioro de su voz, cada día más ronco, y un desmejoramiento de la calidad musical de sus grabaciones, algo típico en artistas que suelen caer en esa desviación que da la fama, pues llegan a creerse que el producto que ofrecen al publico ya no merece mucha calidad, pues ellos se bastan por sí mismos y llegan a creerse que son el centro de la tierra.