El cine estadounidense clásico tiene finales moralistas y una división tajante entre buenos y malos
debido, en parte, al Código Hays. Este reglamento que dominó Hollywood
entre 1934 y 1967 tenía como objetivo "no rebajar el nivel moral de los
espectadores" y, de paso, servía de protección a la industria local, ya
que impedía la llegada de películas europeas que no se adaptaban a sus
principios.
El Código Hays, que recibe el nombre de su impulsor, William H. Hays,
imponía reglas no sólo en temas relacionados con el desnudo, el consumo
de alcohol o la religión, sino también con los crímenes o los bailes,
explicó un artículo del diario ABC.
Sobre la sexualidad era tajante: "El adulterio y todo
comportamiento sexual ilícito, a veces necesarios para la Intriga, no
deben ser objeto de una demostración demasiado precisa, ni ser
justificados o presentados bajo un aspecto atractivo".
Esto ocurre en películas como El cartero llama dos veces, donde la relación adúltera de sus protagonistas no queda sin castigo. El final de Casablanca también es una concesión al código, con Ingrid Bergman desconsolada tras su desencuentro con Humphrey Bogart.
En ese sentido, el código también desanimaba a que hubiera escenas de amor en la trama, "salvo que fueran indispensables". "No
sé mostrarán besos ni abrazos de una lascividad excesiva, de poses o
gestos sugestivos. En general, el tema de la pasión debe ser abordado de
manera que no despierte emociones viles o una grosera seducción", explica el texto.
En el ámbito del vestuario, el Código Hays prohibía el desnudo completo, "no admisible en ningún caso", e incluso las escenas de las mujeres quitándose las medias. Por eso, en Una Eva y dos Adanes (Some Like it Hot,
1959) decidieron incluir más lentejuelas en el vestido de Marilyn
Monroe en una de las escenas más sensuales del filme de Billy Wilder.