Vuelven estos dos pájaros a unir sus voces, entre la lírica y el
desgarro, Serrat y Sabina. Durante una pasada gira los espectadores
pudieron abatirlos a los dos con un solo tiro, pero esta vez serán estos
pájaros los que dispararán sobre las escopetas. Cada uno con su
esplendor, con su veneno. Joan Manuel Serrat conserva intacta la
rebeldía moral, tenaz, comprometida de unos tiempos difíciles, pero
siempre envuelta en el aura de una dicha de vivir, a favor de placeres
sencillos, la melancolía de aquellos tranvías que transportaban hacia
las playas los domingos a gente vencida y devolvían a la ciudad solo
derrotada por el sol, con los labios salados y la piel quemada. Y entre
tantas palabras de amor de Serrat, los gritos afónicos de Sabina, ambos
fundidos, y aunque los dos crucen sus canciones, uno con la guitarra se
rascará el corazón y otro el hígado.
Durante sus conciertos una vez más se llenará el aire de nuevas
pálidas princesas, de versos incólumes de poetas, de borrachos, macarras
y prostitutas, de bares de madrugada y otras ternuras, pero estos dos
pájaros volarán juntos, con las alas cruzadas como sus letras y melodías
hacia el fondo de la noche y Sabina se pondrá suave y Serrat hará de
canalla y no cesarán de volar hasta encontrar el corazón dulce de los
caballos en cada uno de los espectadores. Cantando la moral de la
derrota o la gloria de estar vivo, de ser un héroe cotidiano o un
superviviente de la propia guerra, los dos han sido elegidos por los
dioses, uno con la voz rota, otro modulando un temblor también
desgañitado.
Estar siempre de parte de los que pierden, apuntarse a las
derrotas, convertir cualquier caída en una rima dura y cantarla como
quien grita a la vida, ése es el asunto de Sabina cuyo primer objetivo
es que todo el mundo sea feliz, que los reaccionarios dejen libres las
nubes y los jergones para que los hijos del cielo puedan volar.
Si
hubiera sido misionero habría bautizado con whisky a los apaches. Y
mientras ese milagro suceda Serrat enamorará a las madres y a las hijas.
Acosados por una estampida de admiradores en España y Latinoamérica,
Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina se han apropiado de los jóvenes más
insomnes, de los más cabreados, de todas esas chicas, que si bien pueden
ser princesas, tienen el corazón suburbano.
Vuelan juntos otra vez,
ahora con las canciones trabadas, como el fuego cruzado de una guerra
conjunta contra los bárbaros de cada esquina, a favor de la felicidad de
cuantos esperan que un asa llegue por el aire a rescatarlos para volar a
la misma altura, con estos dos pájaros, Serrat y Sabina.