Con las elecciones municipales encima, el proceso de votación y conteo parece que es lo mejor organizado que hay para escoger autoridades el 16 de febrero.
Lo que nadie sabe al día de hoy es de qué tamaño será el pataleo de los derrotados y cuánto tiempo durará la resaca emocional y las consecuencias para las elecciones legislativas y presidenciales de mayo.
Porque este país está lleno de ilusos. Sobra gente que define una meta política para su caudillo (a veces es la misma persona), elabora una narrativa para convencerse a sí misma, busca vasallos a los que convence de lo acertada de su ilusión, estos salen a repetirla como papagayos y al final viene el desengaño y en ocasiones el desguañangue.
Eso probablemente pasará dentro de 16 días en la falda de políticos que se consideran predestinados, imanes con una capacidad de atracción magnética superior. Ese tipo de políticos, que de líderes no tienen nada y de manipuladores de incautos lo tienen todo, fueron los que acabaron con el sistema de partidos políticos que legaron José Francisco Peña Gómez, Juan Bosch y Joaquín Balaguer.
Naturalmente, como no tenían las luces y mucho menos la honestidad personal (no considero aquí posiciones políticas ni ideológicas) de aquellos líderes, prefirieron y escogieron el camino de erigirse, con su escaso brillo, en sustitutos de las organizaciones políticas para devenir en pichones de caudillos que valiéndose del Estado a todos sus niveles y por todos los medios, hegemonizaron el poder.
Así el vigoroso Partido Revolucionario Dominicano (PRD), el potente Partido Reformista (PRSC) y el creciente Partido de la Liberación Dominicana (PLD) explosionaron por rebatiñas personales por posiciones públicas, especialmente por aspiraciones presidenciales.
Ley de Partidos
La Ley de Partidos, con todas sus carencias y medidas puntuales para destruir a las organizaciones pequeñas y nacientes, aportó el elemento positivo de que la elección de los candidatos a todos los niveles debe hacerse principalmente por voto partidario o del universo de votantes.
Siempre defendí que esa ley debió consagrar el voto exclusivo para los miembros de cada partido porque es un derecho que se ganan internamente y aporta la diferencia entre quien hace vida partidaria, construye políticas, gana adeptos, y quienes solo deciden quién será su candidato sin aquellos sacrificios.