En el rock, por ejemplo, existe lo que se conoce como la maldición de los Ramones: entre abril de 2001 y septiembre de 2004 fallecieron tres de los fundadores de la que está considerada como la primera banda punk de Nueva York: Joey Ramone a causa de un linfoma, Dee Dee Ramone de una sobredosis de heroína y Johnny Ramone por un cáncer de próstata. El epílogo de esta historia trágica fue el fallecimiento en 2011 del último componente original de la banda, el batería Tommy Ramone, afectado por un cáncer de los conductos biliares. Fue todo tan rápido que parecía guionizado por un dios malvado.
En el caso de Locomía sería apresurado hablar de maldición, pero el fallecimiento de dos de los componentes de la banda ibicenca en el periodo escaso de un mes -Santos Blanco el 15 de junio y Frank Romero este lunes- podría llevar a pensar que se trata de una fea broma del destino, sobre todo porque, a diferencia de Ramones -un grupo entregado a la mala vida-, tanto uno como otro eran hombres aún jóvenes, sin ningún problema de salud aparente. La muerte de Santos fue natural, en un albergue de Gijón, durante sus horas de sueño; la de Frank, por culpa de una bacteria cerebral de acción fulminante.
Santos y Frank nunca coincidieron en Locomía ni compartieron escenario, porque el famoso cuarteto de animación y música dance jamás tuvo una formación estable, así que lo único que les unía era la marca -seguramente, una de las cimas del kitsch español de los 90- y el popular manejo de los abanicos, que fue el gesto de marca de Locomía en sus conciertos y las apariciones en televisión. Santos Blanco había sido la última incorporación de la primera formación de Locomía, la que conoció el éxito veloz con los dos primeros discos, Taiyo (Hispavox, 1989) y Loco Vox (Hispavox, 1991), mientras que Frank se incorporó a la banda un año después, cuando los productores cambiaron el elenco por completo para Party Time (Hispavox, 1992), el tercer disco.