Es entendible que Jean Alain Rodríguez se sienta mal después de ver que el caso Odebrecht se le ha desmoronado en sus propias manos por haber actuado apresurado por la presión de la calle y enviar a instancia de juicio preliminar un expediente lleno de falencias, fallas procedimentales y mal sustanciado….
… Resultado: todo el mundo para sus casas, felices y contentos.
Lo peor que le puede pasar ahora al afable Procurador es que la soberbia lo saque de tino y comience a lanzar coces contra el aguijón exponiéndose a una frustración que no tiene sentido. Él debe saber que se está jugando su prestigio y que si la frustración termina contagiando a toda la sociedad, nadie le perdonará sus errores y desatinos.
Lo que dijo Jean Alain a sólo minutos de producirse el fallo que modifica la coerción contra Víctor Díaz Rúa y Ángel Rondón, resulta imperdonable en un Procurador General de la República: “Esa sentencia es funesta y sospechosa, la crónica de una muerte anunciada”.
Una reacción impensada como esa se podría justificar en el vaquero del Lejano Oeste que disparaba desde la canana, sin llegar a sacar la pistola, pero jamás en un funcionario de su categoría que --con otra nomenclatura--, ostenta el rango de Ministro de Justicia.
Pero si lo que dijo Jean Alain es grave, peor aún fue lo que dejó en entredicho: la Suprema Corte intentó celebrar la audiencia el miércoles “de forma solapada” aprovechando que el Poder Judicial suspendió sus labores y que la ciudadanía estaba pendiente del huracán Irma. O sea, la Suprema intentó dar un palo’acechao.