Desde el mismo proceso de fundación en 1844, la cultura partidaria no ha sido capaz de allanar niveles de aproximación y respeto entre los miembros de su clase política. El insulto y reducción del adversario se anclaron en la lógica discursiva, estacionando en la cabeza de los dirigentes la equivocada idea de que distancias partidarias eran sinónimo de enemistad personal.
Los procesos electorales y todo el ejercicio de gestión presidencial se asumían en la dirección de no reconocer méritos a la gestión oficial, intentando consistentemente confundir las tareas opositoras con obstrucción enfermiza. De ahí, la dificultad en colaborar alrededor de los temas de nación, adjudicándole un sentido de deslealtad a cualquier reconocimiento o vocación de ayuda, impulsada desde las entrañas del sector opositor.
Una militancia sin claras distinciones ideológicas abrió compuertas para saltos irresponsables y aceptación de ventajas mercuriales inadmisibles. Y a los que asumieron esas posturas, la sociedad les puso etiquetas. En ese sentido, el criterio de concertación indispensable no apela a las clásicas combinaciones articuladas entre contrarios sino a la necesidad de transformar una cultura de negación obstruccionista y arribar a puntos de entendimientos alrededor de asuntos de interés nacional.
En cuestiones de Estado, los temas que atañen a la colectividad y las posibles soluciones no pueden andar de la mano con el sentido de militancia puro y simple. Lógico es entender de una vez y para siempre que la partidización del conjunto de expresiones que componen la sociedad no nos conducen por los senderos de la civilización política. Desafortunadamente, la cultura y hábitos a modificar requieren de posturas inteligentes en capacidad de enviar mensajes claros a la población para demostrar que, más allá de la actuación militante, exhibimos la madurez de priorizar el país.
En la actual coyuntura, resulta una torpeza cerrar filas en posturas partidarias buscando el fracaso de las políticas migratorias con el objetivo de conseguir ventajas electorales. El control efectivo, sin caer en violaciones pero apegados a la norma jurídica, representa una herramienta de rigor en materia del tema migratorio. Simplemente, ningún Estado puede renunciar al ejercicio eficiente de sus leyes. Menos aún si lo hace amparándose en interpretaciones externas, que desconocen el drama de flujos constantes por la vía fronteriza, que conllevan una enorme carga financiera y transforman el tope de cuotas regularmente establecidas por el ordenamiento consular.
El gesto de conversar con sinceridad sobre la realidad del vecino país ha sido una tarea postergada por los exponentes de nuestra clase política. Error injustificable, necesario de enmendar en las circunstancias actuales. Por eso, la convocatoria oficial no puede ser abordada desde el espíritu incidental con carga de rabia política sino como manifestación de unidad asociada con aspectos pertinentes a la nación. Reducir la asunción de una política abarcadora a tecnicismos sobre el punto de reunión ideal adquiere la categoría de infantilismo injustificado. De lo que se trata es de poseer un sentido de unidad alrededor de una realidad política, social y económica, que no podemos continuar esquivando.