“¿Y cuál es Wilfrido Vargas? ¿El que se pone a llorar de la risa por situaciones, hablando disparates? ¿O el que verdaderamente se presenta? ¡Porque yo no sé cuál es”! (Ríe).
“¡Son dos personajes!”, se responde.
Se interrumpe unos segundos y exclama: “¡A la orden, saludo, mi querido Pacho!”.
Al llegar, entró riendo a todo pulmón, desgajó una broma tras otra. Saludó a un lado y al otro, y así fue invadiendo la extensión de este apartamento en el norte de Bogotá con esa personalidad desbordante que pareciera inundar todo. Permear todo, los muebles, las paredes, los seres humanos que laboran con él y lo rodean.
Wilfrido Vargas, el trombonista que fue con la Fania All Stars a los memorables conciertos en África, y el que llevó el merengue de ser un ritmo típico de República Dominicana a convertirse en un fenómeno mundial.
¿Está escribiendo un diccionario?, pregunto. Entonces habla de su inconformidad con el lenguaje que todos usamos y explica que tiene un sentido personal para cada cosa: la lealtad, la amistad, el amor. Y remata con una sentencia críptica: “El amor es una frase vacía”.
Quizás un buen título para un bolero, quizás no para un merengue. Wilfrido Vargas se expresa con frases a veces fragmentarias, que emergen repentinamente de su pensamiento sentencioso, hiperveloz. Uno no pensaría que es el ‘rey del merengue’, sino un predicador cargado de sabiduría. Habla. Y habla. “No hemos comenzado la entrevista, y yo ya estoy hablando”, dice, minutos antes de conseguir que se siente y se quede atento a los interrogantes.