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domingo, 17 de noviembre de 2013

JFK: magnicidio entre brumas

El asesinato de Kennedy ha sido origen de múltiples teorías conspirativas
 
Momento en que se produjeron los disparos que abatieron al presidente John F. Kennedy en Dallas.  
(
Por Agencias de Prensa

TRAS Medio siglo del magnicidio del trigésimo quinto presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, el viernes 22 de noviembre de 1963, en la ciudad tejana de Dallas, apenas quedan un par de huellas marcadas en la corteza del imaginario colectivo: una es la notoria pregunta “¿qué hacías tú en el momento en que mataron a JFK?”. La otra, que su asesinato fue producto de un complot nunca resuelto, dando así origen a la madre de las teorías conspirativas.
A la primera cuestión, el que suscribe esta crónica puede contestarla sin ningún género de dudas. Como el adolescente aburrido que era, se encontraba viendo la película de indios y vaqueros “Gerónimo” en el televisor familiar en blanco y negro, cuando la proyección fue interrumpida por una locutora con rostro compungido para leer un boletín urgente en un papel que le temblaba en la mano. Respecto a la segunda incógnita, nadie ha podido resolverla categóricamente.

Pero vayamos a los hechos de la historia oficial. Corría el año 1963, del que cabe decir, para agarrar el aroma de la época, que fue el año en que el siniestro gobernador de Alabama, George Wallace, lanzó su grito de guerra contra los derechos humanos: “¡Segregación hoy, segregación mañana y segregación para siempre!”, a lo que pocos meses después Martin Luther King respondió durante la Marcha sobre Washington: “Yo tengo un sueño”. El año en que Estados Unidos y la Unión Soviética firman el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares. El año en que Betty Friedan publica “La mística femenina”, un detonante de las luchas por la liberación de la mujer. El año en que Bob Dylan graba su emblemático tema “Blowin’ in the Wind” y que hace erupción el sonido Motown (fusión de las palabras “motor” y “town”) en Detroit, donde se consolida el “soul” como movimiento de masas.


El 22 de noviembre de ese año, el presidente Kennedy, acompañado de su esposa Jacqueline, que vestía un traje rosa que le encantaba a su marido, emprendía un recorrido en un vehículo descapotable por las calles de la ciudad de Dallas para darse un baño de multitudes. En su trayecto hacia el centro de la ciudad, hace varias paradas para saludar a la gente, lo cual provoca que la comitiva avance con un retraso de seis minutos sobre el horario previsto.

A las 12:30 p.m. entra en la Plaza Dealy y enfila la calle Houston y al llegar a Elm Street, la comitiva debe realizar un giro de 120 grados a la izquierda, lo que obliga a la limusina a bajar la velocidad a 15 kilómetros por hora, que tras la maniobra queda a una distancia de veinte metros del Almacén de Libros Escolares de Texas.

De repente, surgen los disparos. El primero es desviado por un árbol, rebota en el cemento y hiere al testigo James Tague. Inmediatamente hubo otro 3.5 segundos después que impacta al presidente por detrás. La bala sale por la garganta y alcanza al gobernador de Texas, John Connolly. En ese momento, Kennedy deja de saludar al público y Jacqueline hala de él para recostarle en el asiento. Un tercer proyectil, 8.4 segundos más tarde del primer disparo, acierta de lleno en el occipital derecho de la cabeza del mandatario. Entonces, Jackie Kennedy, con su bonito vestido rosa ensangrentado, ya para la posteridad, se precipita hacia la sección trasera del auto donde recobra un fragmento del cráneo de su marido. Un ciudadano, Abraham Zapruder, que filmaba el paso de la caravana, tomó película del atentado, ampliamente difundida después y usada como exhibit en las investigaciones posteriores.

Con extrema urgencia el abatido presidente es trasladado a Parkland Hospital, donde se le declara oficialmente muerto a la 1 pm, anunciándose el deceso 38 minutos después. Ochenta minutos después de la emboscada es detenido Lee Harvey Oswald, un oscuro personaje de variopintas conexiones y exagente de la CIA, y luego se determina que usó un fusil de cerrojo Carcano modelo 91/38, de fabricación italiana, con mira telescópica. Oswald, que siempre negó haber cometido el asesinato, nunca llegó a ser juzgado porque fue acribillado dos días más tarde mientras era trasladado bajo custodia de la policía por el gerente de un club nocturno, Jack Ruby, que moriría cuatro años después de cáncer de pulmón.

Hasta aquí los hechos ciertos. En este punto emergen un caudal de incógnitas. Se realizaron tres investigaciones oficiales, una de la policía de Dallas, otra del FBI y, la más significativa, la llevada a cabo por un equipo encabezado por el presidente de la Corte de Justicia, Earl Warren, la Comisión Warren, que concluyó, a falta de otras pruebas concluyentes, que Oswald actuó solo. Sin embargo, 50 años después del asesinato de Kennedy, miles de documentos oficiales relacionados con las pesquisas, todavía permanecen clasificados y fuera del alcance de los ciudadanos. Llama particularmente la atención la inaccesibilidad a los archivos secretos sobre otro agente de la CIA, George Joannides, que conocía a Oswald y lo puso en la órbita de la agencia de inteligencia, y quien siempre se negó a cooperar con los investigadores. De momento no se puede comprobar si hubo más de un francotirador, más de un Oswald (el detenido y asesinado luego pudo ser un señuelo) o, incluso más de un Kennedy (se especuló que se intentó que la autopsia se le hiciera a un cadáver de rasgos parecidos al presidente).

¿Y quiénes son los sospechosos habituales? El principal, el vicepresidente y luego heredero de la Casa Blanca, Lyndon B. Johnson, que estaba señalado por aquellos días en cuatro casos de corrupción y que podría ver en la presidencia y la inmunidad que le proporcionaba, su tabla de salvación. Richard Nixon, que odiaba a Kennedy de manera visceral. LA CIA, en alianza con cubanos anticastristas, frustrados por el desastre de Bahía de Cochinos. O la mafia en connivencia con la CIA o con J. Edgar Hoover, por los procesos contra capos llevados a cabo por Robert Kennedy, entonces secretario de Justicia. O Israel, por las manifiestas simpatías de Kennedy hacia la causa árabe. O hasta la Reserva Federal (de la que eran beneficiarios Rockefeller y la Casa Morgan), por quitarle el monopolio sobre capitales extranjeros.

En suma: una nube de especulaciones e insatisfacciones rodea al asesinato de John F. Kennedy, cuarto presidente en morir en un atentado y octavo en fallecer en el ejercicio de su cargo.